La vida de otras personas siempre parecía ser más fácil, pero fue necesario el diagnóstico de autismo de mi hija para darme cuenta del por qué.
No tenía idea de que era autista. Sabía que era diferente y siempre me habían dicho que era demasiado sensible. Pero no encajo en el estereotipo del Rain Man anticuado. Soy una directora ejecutiva, estoy casada y tengo dos hijas. El autismo es a menudo una discapacidad oculta.
Siempre me maneje con cierto nivel de confusión. Pude lograr mucho y solía atribuir esto a la fuerte ética de trabajo que heredé de mi padre, pero ahora no tengo ninguna duda de que él también era autista.
Mi mente siempre va a toda velocidad sin poder detenerla. Necesito terminar lo que empiezo a cualquier precio. Llegue a usar drogas recreativas para ayudarme a superar los desafíos sociales porque el charlar se me dificultaba.
El autismo se caracteriza por la necesidad de patrones repetitivos y desafíos con la comunicación. Con cada interacción, verbal o escrita, hago una lista mental: ¿es apropiada mi respuesta? ¿es relevante? ¿es esto algo que solo yo voy a encontrar interesante? ¿mi tono es correcto? Tratar de seguir las reglas sociales y adaptarse a un mundo alista (no autista) es agotador. Nadie ve lo que pasa dentro de mi cabeza.
Tengo que trabajar mucho en las amistades. Soy buena para hacer amigos, pero no tan buena para mantenerlos. Los malentendidos en la comunicación pueden estallar con rapidez. Tengo expectativas muy altas de mí misma y de los demás, y mis amigos me dicen que eso puede ocasionar mucha presión. La compensación es que soy 100% confiable, muy leal y muy divertida cuando me siento social. Por lo general las personas autistas tienen una alta tasa de divorcios. Mi esposo es una persona muy tranquila y con los pies en la tierra, lo cual es un muy buen equilibrio para mí.
Soy originaria de Inglaterra, pasé un año en India buscando respuestas y luego me dirigí al sur, a Australia. No es casualidad que me mudé al lado opuesto del mundo para tratar de averiguar a dónde pertenecía, dónde me aceptarían. Mi mayor temor es no comprende por qué yo no soy como otras personas.
Como muchas mujeres adultas, mi diagnóstico llegó a través del diagnóstico de mi hija. Es una historia cada vez más común. Mi hija tenía comportamientos diferentes y una gran sensibilidad desde muy pequeña y le diagnosticaron autismo a los siete años. Hace un año, creé Autism Camp Australia, una organización benéfica para niños autistas y sus familias.
Estudiaba el autismo todos los días, hablaba constantemente con los padres y quedó muy claro que yo misma tenía muchos de los síntomas. Incluso antes de que un especialista me confirmara el diagnóstico, yo sabía que había encontrado la respuesta.
De repente, muchas cosas cobraron sentido. Pude mirar hacia atrás en situaciones y malentendidos y comprender lo que había sucedido. Me habían dicho que mi comunicación podía estar “apagada” a veces, un poco intensa, un poco abrupta. Al comprender mi autismo, he podido cuidarme mejor. Entiendo las diferencias entre la comunicación alista y autista, y cuando necesito descansar y recuperarme.
El autismo es principalmente una condición hereditaria. El estudio más grande de este tipo, que involucró a 2 millones de personas en cinco países, sugiere que el autismo está determinado en un 80% por genes heredados. No se debe a una mala crianza de los hijos ni a las vacunas infantiles. No es una enfermedad mental. Los niños autistas no son niños rebeldes que eligen no comportarse.
Espero que mi historia inspire a otros a buscar un diagnóstico temprano.